Kho Pu/Abril/2019
Y me fui a Tailandia... Sin intención intrínseca, sino mas bien por la obligación implícita de que "estás en Australia, cómo no vas a visitar el Sudeste Asiático"...
Mucho que ver tuvo el hecho de que una amiga muy especial que conocí en Australia llevaba más de 5 meses viajando por estos lugares, y hace dos se había quedado estancada por opción en una de las islas del sur de Tailandia.
Ella retornaba a su natal Italia desde Bangkok, y la posibilidad más certera de vernos era, bueno... en dicho país.
Entonces, y después de pensarlo, re-pensarlo y aplazarlo tal vez demasiado, decidí adentrarme en lo que ha sido mi primera, de espero, muchas aventuras en el Sudeste.
Llegada a la isla; toda una travesía:
Luego de tomar tres aviones por ahorrarme un par de dólares, llegué a mi destino, que en vez de tomarme unas 8 horas en total me tomó 12.
Pasé por el aeropuerto de Kuala Mampur; un lugar que me sonaba aborigen, a subdesarrollo, y para ser honesta, ni siquiera sabía en qué país se encontraba. En mi cabeza arribista imaginaba un paupérrimo aeropuerto, pero -una vez más- la realidad le da una bofetada a mi infundada soberbia.
Llegué a un sorprendente Kuala Lumpur, a esperar en una escala de 8 horas por mi siguiente vuelo (de esa experiencia aprendí que definitivamente más vale valorar el tiempo que un par de dólares, ya que, como dicen por ahí, "el tiempo es oro"). Sin embargo, me sobraron minutos para observar a esas mujeres musulmanas y su orgullo detrás de un burka. Nunca dejan de sorprenderme. Tampoco de intrigarme. Y ese país en el que sólo hice escala no se quedó atrás...
Al igual que en el primer avión, me tocaron 3 asientos de solitarios... el edén del viajero. De no haber sido por aquella suerte/bendición, sin duda alguna todo el viaje no hubiese sido más que motivo de quejas...
Llegué finalmente a mi destino, luego de los tramos: Sydney-Kuala Lumpur-Bangkok-Krabi
Ahí me encontré con mi amiga Giada...
El abrazo siempre lleno de emoción de una amiga es de esos que llenan de júbilo el corazón, no contienes tanta alegría y tu organismo simplemente responde con una patética mezcla entre llanto y risa.
Tomamos un... como llamarlo... tuk tuk, que es básicamente una camioneta con un techo del material que se tenga a la mano y unas tablas que hacen las veces de bancas en el pick up. Ahí nos “encontramos” (por esas coincidencias que, como he dicho en otros post, creo que no existen) con una mujer mayor, muy hermosa, tapada en su burka, quien finalmente se convirtió en nuestra guía de viaje y hasta nos invitó la comida: sticky rice relleno de coco dulce envuelto en hojas de palma y un shake de algo así como un té... nuevos y exóticos sabores; mi adicción.
La mujer nos llevó desde el tuk tuk correcto hasta nuestra isla, pero previo a ello vivimos la experiencia de tomar un verdadero “bote” con tailandeses.
En esta zona de Tailandia los habitantes son una mezcla entre budistas y musulmanes. Eso ya llamó mi atencion profundamente y, claro está, el no entender absolutamente ninguna palabra de la lengua y no ser capaz siquiera de leer las señales.
Dado lo anterior, el viaje se basó básicamente en observación: de costumbres y de formas de relacionarse, de lo poco y nada con lo que se las arreglan para vivir y de mis ojos curiosos cruzando miradas de gente genuinamente buena.
El bote que nos llevó a la Isla Kho Jum era de transporte de nativos y gente de la zona. No era lujoso, al contrario, se alejaba bastante de cualquier tipo de comodidad y nunca olvidaré que en ese bote lleno de personas de las islas que iban a Krabi a comprar mercadería y cuanta cosa necesitaban (vegetales y productos de cocina que no encuentran en sus islas) había también una mujer que hace 3 días había parido a un niño que iba en brazos de su acompañante... No se veía muy feliz, pero no creo que tuviese que ver con su modo de transporte...
Tailandia es muy precario.
Muy precario.
La gente vive sin mucho porque al parecer no necesitan; las casas no tienen protección contra el frío, porque el frío no existe. El agua del mar es tibia, por ende allá no sirve para refrescarse. Nada de eso.
Luego de un largo día, nada mejor y menos esperable que sabrosa comida Thai en lo que sería nuestro Bungalow por un par de días...
Alejados del convenido paraíso para conocer el paraíso no convencional: Kho Jum
Mi experiencia estuvo muy muy lejos de las anécdotas que había escuchado de Tailandia.
Lo mío fue más bien auténticamente inserto con lugareños.
No fui a la isla de Di Caprio a sacarme una foto para Instagram, tampoco a los resort por poca plata, sino que a la real convivencia con la cultura de quienes habitan Kho Jum, una de las islas menos turísticas de Tailandia.
Kho Jum se encuentra situada al sur del país y es parte de la provincia de Krabi. No es un destino turístico, más bien se mantiene fuera -todavía- de ser posiblemente utilizada para el comercio de cualquier tipo.
En Kho Jum sólo habitan Thais y uno que otro europeo que decidió quedarse perdido para siempre en uno de esos lugares que sí se encuentran en los mapas, mas permanecen alejados aún de lo disrruptivo del mundo. Aquí, en Kho Jum la gente viene dejando todo atrás para ganar todo lo que perdieron o quizás olvidaron...
El verdadero contacto con la naturaleza.
Encontrarse con el silencio, y consigo mismos.
Encontrarse con el todo y la nada simultáneamente.
Sin red wifi. Sin señal de celular. Sin electricidad siquiera.
Además de unos cuantos residentes, un pueblo de pescadores dispuestos a ser amigos,
y toda la naturaleza de la isla para ti.
Para que tu también seas con ella.
El complejo de Bungalows en que me alojé (alrededor de 5 bungalows) eran básicamente "construcciones" como la momentáneamente mía, entendiéndose por construcciones unas cuantas tablas con un techo encima y baño privado. Las ventanas eran los espacios que habían quedado entre las tejas y las tablas, dado el modo en que fueron construidas.
La electricidad se da desde las 7 hasta las 10 PM, después de eso, implícitamente se convino que los turistas y la dueña del lugar (una mujer mayor Thai con la sonrisa más acogedora que he visto, característica de los Thailandeses) permanecen en el espacio común al aire libre, turnándose la linterna del celular para alumbrar las notas de la canción que la guitarra elija tocar y todos corean lo que conocen de alguna melodía de fogata o se deleitan con las vocalizaciones de los lugareños.
Así transcurre la noche en el lugar más perfecto para una sanación del alma en compañía de la soledad o la optativa de esas personas que, como yo y mi amiga, eligieron detener el tiempo y perderse un rato.
El amanecer en esa playa eterna es simplemente maravilloso, con el cielo de más de cinco colores distintos y tranquilidad reflejada también el estado y conformidad interior de los Tailandeses. Ellos no piden ni esperan nada, como dice El Principito, con felices con aceptar lo que se les presente. Y la paz de su alma llega a ser contagiosa.
Suena cliché pero es real. No había conocido personas más conformes del aire, del mar y de la bendición del día a día y las cosas simples como quienes habitan Kho Jum.
Huellas del superficial paraíso
Un pequeño gran detalle que sin duda no deja de ser vistoso y no puede pasarse por alto es la cantidad de basura que se presenta en la isla. No precisamente por lo que en ella se produzca o deseche, sino que más bien por lo que llega desde las islas más visitadas como Kho Tao o Phi Phi Island, sitios mucho más turísticos y visitados que claramente se deshacen de sus desechos en el mar y así siempre logra mantenerse prolijo. Las consecuencias no les llegan, sino que aparecen en Kho Jum.
De verdad que tal cantidad de basura conmueve hasta a el más impasible. No olvidaré jamás las bolsas y vasos plásticos de 7eleven, local comercial que ni siqiuera se encuentra en esta isla. Todos esos desechos corresponden a lo que otro uso y botó manteniendo su radio de visión limpio. Pero nada se elimina, sólo se transforma o llega a otra costa.
Los nativos dicen que el mar esta enojado, que se esperan la rabia de la naturaleza y nuevamente la aceptan así sin más. Es lo que debe pasar. Así tiene que ser. Es la mínima respuesta esperable por parte de un planeta vivo.
Desde la playa a la pequeña villa donde se encuentra concentrado el "comercio" en la isla (un par de casas que ofrecen platos y hacen las veces de restaurant, un market y un centro de llamados) se debe pasar por el camino de tierra y por entremedio de mucho verde virgen; palmeras y árboles.
Una vez en los mercadillos y restaurant te acaricia nuevamente la cultura Tailandesa y sus costumbres; para entrar a un negocio o restaurant, debes estar descalzo, incluso aunque el piso de esto sea del mismo material por el cual andabas previamente, tierra o concreto. Aquí lo que prima es otra cosa. Es por respeto.
Vuelta a Bangkok: de la peor manera, de la más barata y de la real Tailandia:
Y me veo aquí, escribiendo desde el piso del tren de tercera clase que va desde Suritanni a Bangkok. A mi lado, pies de niño que duerme, ocupando dos asientos, uno que era de su madre y el de su padre (que previamente me había cedido a mi).
Le cedí el asiento a la madre del niño, ver tanta devoción como para pasar la noche de pie para no interrumpir el sueño de su niño me pareció extremo... no sé si lo llaman amor de madre, yo no lo he sido, pero ese acto de amor, para mi gusto, tenía demasiado de humildad como para quedarme inerte, por ende me correspondió sentarme en el piso y a ratos, permanecer de pie. Por 15 horas.
Me cuestiono... qué hago aquí...
Me encantaría manifestar en las palabras correctas el tono de las miradas de la gente al vernos entrar. Curiosidad por sobretodo y luego, pena. Lástima por nosotras, "esas personas que vienen del primer mundo, pero que acá son literalmente nada, y que no importa cuánto tengamos en nuestros bolsillos, en este momento somos tercera clase, en un país tercermundista".
Viajamos en tren. El tren va repleto. La gente duerme en el piso o como puede, en unas bancas incómodas obviamente con cero posibilidad de reclinación.
“Si no planificas, prepárate para fallar”. No planificamos, cuando decidimos cual sería el día en que finalmente nos iríamos a Bangkok (la noche anterior), esperamos al día siguiente para que Yat, el amigo Thai de Giada, nos pasara a buscar para llevarnos al bote que nos llevaría desde la isla hasta Krabi.
Nos fue a buscar en su moto con carruaje, no sé cómo llamarle, pero me parece -nuevamente- una de las formas más insegura de viajar. La despedida de Yat con Giada fue triste, porque en nada de tiempo se convirtieron en mejores amigos...y es que es muy fácil conocer el corazón de un Thailandés y ellos, de una extraña y no invasiva, recorren y reconstruyen el tuyo.
Pero mis pensamientos vuelven a la realidad. Aterrizan en el lugar desde donde escribo...
Cuando ellos nos observan reconozco en sus miradas el sentimiento de lástima, “ellas no deberían estar viviendo esto”, sienten lástima por nosotras porque saben que no es a lo que estamos acostumbradas y sienten que no lo merecemos. Yo creo que ellos tampoco.
Lo que veo es la forma más denigrante de viajar. Un tren que nunca apagó sus luces durante las 15 horas en que en él nos encontramos.
El lugar huele fétido a sudor, a comida, a resignación y menosprecio.
En este tren las clases se respetan, como me imagino en todo Tailandia, donde si eres rico probablemente nunca sabrás de éstas formas de viaje. Un policía custodia cautelosamente que te mantengas en el vagón de la clase que “corresponde”, y es pena de cárcel cambiarse de vagón o usar un asiento que no compraste.
La verdad, a mí me sirve para poder ver con mis propios ojos y experimentar con mi propia experiencia la realidad de ellos.
Me ayudó a ser más agradecido
y me enseñaron con su ejemplo lo feliz que puedes estar solo disfrutando de la vida misma.
Qué maravilloso puede ser realmente abrir los ojos a la naturaleza, el aire y el mar.
Mirando y respetándolos como los seres vivos.
Siempre les estaré agradecido.
Esos que no piden, esos que no esperan, esos que aceptan con el corazón lo que la vida les entregue 💚
Kapunkhá Kho Pu.
... Continuación:
Bangkok. De templos y curiosidades.